domingo, 4 de septiembre de 2011

Si apareciera el dios de la redención tendría poco que decirle, las plegarias  valoradas al peso no me convencen. En este tiempo y en este espacio hay suficiente hueco para todos los predicadores que escriben mediante la máquina. Me voy a quitar el sombrero y espero que no metáis vuestra droga en el forro. Cuando eres importante todos tocan tu sombrero. Pero desde que los saxofones no se afinan de oído todo ha involucionado. Ni las estrellas de febrero ni el caucho rodando sobre el asfalto me consuelan ya. Creo que me estoy gastando. Quería exprimir la vida, pero más bien la he aplastado. Me gustaría ser algo más que una estadística, pero solo seré eso, un número, una vez que me ajuste la corbata eterna y golpee la silla. Quizá alguien necesite a un crédulo escéptico. Que no me llamen. Recuerdo cuando el punk apareció. Todos los cretinos nos lanzamos a cavar con nuestras flambeantes palas. Cavábamos la tumba de la piel muerta de nuestra sociedad. El monte Calvario de los afligidos quedó lleno de agujeros que creímos llenar. Ahora otros cavan, pero no saben por qué. Son las máquinas más humanas que puedas imaginar. Pero mi tumba la cavo yo. Quizá sea lo único digno que haya hecho, elegir el cómo y el cuando. Mis músculos se podrán en tensión por última vez, como asustados, como si el cerebro no les hubiera anunciado la buena nueva.
Señores humanos, sepan que su mundo deja mucho que desear, que a algunos no nos satisfacen los planes de pensiones, que no queremos domingos por la tarde, sepan que su sistema falla. Cuando lean esto dirán que el alcohol y los fantasmas que juegan con nuestras almas me trastornaron. Una estadística.